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DIARIO DE UN PLAN DE GOBIERNO PARA BAHÍA BLANCA

27 AGOSTO 2022

Ya tengo las tres primeras medidas de mi gobierno para cuando sea intendente de Bahía Blanca, las anunciaré en calidad de “urgentes”. Sé que hay desocupación y hambre pero al espíritu también hay que alimentarlo, así que no se espanten y no vengan a poner palos en la rueda. Son políticas que piensan el largo plazo, algo no acostumbrado en esta republiqueta.

Voy de menos a más:

La primera medida es señalizar mejor los taxis bajo la proclama de que “ninguna ciudad con taxis blancos puede tener un futuro de desarrollo”. No sé bien cómo señalizarlos pero tienen que quedar onderos y únicos (no replicar los de otra ciudad). Creo que me inclino por los colores de la bandera bisexual (en tres tonos de violeta, uno casi rosa) pero podemos convocar a un comité de expertos.

La segunda medida es sacar el mástil del teatro y poner ahí algo verdaderamente icónico. Pienso en un monumento ridículamente alto, de hierro, carísimo, entonces polémico, que genere debate durante semanas y que sea bien visible desde Alem y desde Alsina. Incluso medio feo, pero que con el tiempo uno entienda su solapada belleza, como pasó con la torre Eiffel. De hecho ese va a ser mi argumento cuando vaya a la tv a defender el mamotreto. “Estas discusiones ya se dieron a propósito de la torre Eiffel, atrasan más de un siglo”. “De noche debería estar iluminado”, esa será mi indicación al comité de expertos.

(El mástil de Alsina y Alem, 1938. Vayan imaginando algo así pero con el mamotreto.)

La tercera es plantar un barrio chino en la plaza del sol y sus alrededores. Sé que hay mucha xenofobia en la ciudad y que puede ser piantavotos pero estoy pensando más allá de mi propio mandato. Cuando era chico siempre me pareció que la plaza del sol y sus alrededores era el lugar donde vivían las tortugas ninja, entonces es el lugar más neoyorquino que tenemos, entonces no estaría mal que hubiese chinos y casas de karate ahí. La ya peatonalización en proceso no afecta en nada esta segunda etapa de puesta en valor del lugar.

Si el intendente actual lee esto y me quiere convocar al diálogo, estoy abierto. No se trata de banderías políticas sino de Hacer a Bahía Blanca Grande Otra Vez.

14 DICIEMBRE 2023

Tengo un par de medidas más para hacérselas llegar al flamante nuevo intendente (con el perdón de la rima).

Una es poner carteles en los accesos de la ciudad, obviamente en inglés, que digan: ENJOY THE WIND

Se trata de incentivar el turismo, esa industria sin chimeneas que nada tiene que envidiarle a la que sí tiene chimeneas. De hecho, habría que sacar todas las chimeneas (no las industrias, porque somos pragmáticos y de tontos ni un pelo, solo las chimeneas, que afean el puerto).

La otra es llenar el centro de parlantes y reproducir, día y noche, el canto de los pájaros. Al principio será relajante y después exasperante y más adelante nos terminará de volver locos. Sin dudas, un atractivo turístico más para la gente de la zona.

No es que no se pueda gastar plata. Solo hay que saber cómo hacerlo.

30 DICIEMBRE 2023

Pasó un tornado, hubo un derrame de petróleo, se incendió un frigorífico en el puerto, hay gente sin luz desde hace dos semanas, cortes de calles en varios sectores, pero que la coyuntura no se lo coma todo. Nadie dijo que iba a ser fácil. Por eso, exigimos que haya espacio para medidas igual de URGENTES, como las que pasamos a exponer.

Estuve trabajando con mi equipo y están saliendo cosas interesantísimas. Las que siguen no son ideas mías sino de un colaborador, que prefiere permanecer anónimo y al que le diremos “Pancho”. Algunos sostendrán que los actos de gobierno requieren de transparencia institucional, pero la verdad que no. Lo que importan son las ideas y la batalla cultural que podamos dar en ese sentido.

Me decía Pancho en la última reunión que el ya mítico monumento de Alsina y Alem debería tener un diseño que incorpore “sonoridad”: algún tipo de hueco por el que pase el viento de modo que se produzca un sonido como de caña. Me pareció muy acertado. Cuando la gente esté harta de escuchar los pájaros que saldrán desde los parlantes ubicados en puntos estratégicos del centro, si las condiciones meteorológicas acompañan, ese sonido será percibido como una especie de oasis natural (a diferencia de los pájaros reproducidos técnicamente). Será cuestión de caminar por Brown a la siesta del verano y escuchar esa caña sonando y sentir prácticamente que uno está en las costas refrescantes del Caribe. De esto no cabe duda. También me decía Pancho que el monumento “debería verse desde Ingeniero White”.

La otra medida es dinamitar el Hospital Municipal. Parece algo extremo pero esperen, escuchen: ahí construiremos una plaza seca para todos los bahienses. Es un espacio de vacancia en ese sector: de hecho casi no hay plazas secas. Será toda de cemento, con bancos sin respaldo “anti-homeless”, también de cemento, cercada por rejas e iluminada por faroles led muy potentes a la altura de los ojos (estimamos que a un metro y medio desde el nivel del piso). El suelo será irregular, de modo que se dificulte dar un paso tras otro. ¿Esto para qué? Para que los homeless no solo no puedan dormir en los bancos sino que ni siquiera puedan pasar caminando. Alguien me dirá que tampoco la gente de bien podrá hacer uso de la plaza, pero a mí eso me parece que le da como un “concepto”. Filosófico incluso, entonces me parece que está bueno. Será una especie de “emplazamiento de la conciencia”. ¿De qué? No sabemos, “de la conciencia en sí”, podría ser una respuesta. Se llamará Javier Milei. Será la primera plaza de la Argentina llamada Javier Milei. La sombra del monumento de Alsina y Alem podría pegar a determinada hora en los trazados zigzagueantes de la plaza, lo que le daría más énfasis a su carácter conceptual.

Con los escombros del hospital vamos a hacer una plataforma en la ría. “Ahí donde vive la gaviota. Que se cague todo. Le ganamos metros al mar”, dijo Pancho en la reunión. ¿Querían transparencia? Bueno, en fin. La cosa es que vamos a hacer un estacionamiento EN la ría. Con lo cual la Cámara de Comercio de Bahía Blanca debería apoyar. Alguien puede decir que queda medio lejos del centro, pero eso es un detalle menor si tenemos en cuenta la cantidad de boxes que vamos a sumar al sistema. Son realmente un montón, aunque en realidad no se sumarían al sistema de parquímetros, porque se van a regir por un modelo innovador que articula lo público con lo privado: se podrán alquilar por hora, día y mes.

Resumo lo que a esta altura ya son las BASES PARA LA RECONSTRUCCIÓN DE BAHÍA BLANCA:

– Taxis de color violeta

– Mamotreto icónico en Alsina y Alem (ahora también sonoro)

– Barrio chino en la plaza del sol

– Carteles en los accesos con la leyenda «Enjoy the wind»

– Parlantes en el centro que reproduzcan el sonido de los pájaros

– Plaza seca en el ex Hospital Municipal

– Estacionamiento en la ría

Cierren un momento los ojos e imaginen una Bahía Blanca así. Ábranlos de nuevo y escuchen: es posible.

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DE LAS COSAS DE LA NATURALEZA (II)

Gaspar nunca había tenido la estatura moral para ser un militante. Lo más parecido a una actividad comprometida políticamente había sido el 27 de octubre del 2010, cuando fue censista durante el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas, en un barrio histórico de Bahía Blanca. Con la carpeta reglamentaria había empezado por la calle Falcón, para dar la vuelta y terminar en una casa antes del barrio inglés. Adentro de la cuarta casa censada la mujer que estaba entrevistando le dio la noticia de la muerte de Néstor Kirchner. Se la veía extasiada. Había prendido el televisor y consumía las imágenes con devoción. Prácticamente las dos cuadras que le tocó censar pertenecían a las mismas capas medias antiperonistas. No eran estratos altos: nadie lo recibió descorchando un champagne. Incluso una de las últimas casas estaba por debajo de la línea de pobreza. Lo atendió un señor mayor que lo hizo pasar hasta el centro de la manzana, por un pasillo largo y un patio interno repleto de cactus en macetas del tamaño de un llavero. Néstor, así se llamaba el entrevistado, le dijo que era esquizofrénico y –a diferencia del resto de la cuadra– que estaba muy triste por la muerte de su “tocayo”. Cuando llegó a su casa Gaspar se puso una camisa negra y volvió a cruzar la ciudad para visitar a Rodrigo. Le parecía que la situación histórica lo ameritaba y, si bien ninguno había pronunciado nunca su simpatía por el kirchnerismo, supuso que no estaba fuera de lugar. Efectivamente compartían un kirchnerismo implícito, cívico, burgués, domiciliario y crítico. En principio nada de lo que pudieran estar orgullosos. Los días siguientes se dedicó a mirar el velorio por televisión, el cajón cerrado con la bandera argentina en el centro del Salón de los Patriotas Latinoamericanos de la Casa Rosada, Cristina Fernández vestida rigurosamente, los mozos llorando, la hilera interminable de gente y se sintió muy conmovido. 

Gaspar concebía la política en tres niveles. En una primera instancia estaba el filtro de la televisión, una forma de política como espectáculo que traía de su primera aproximación a la vida pública en los noventa, cuando todavía era un adolescente. Casi tres meses y medio después de que cayeran las torres gemelas, el 19 de diciembre, estaba en una pileta en el barrio Patagonia. Era la casa de un compañero de clase, inmensa, con un patio cuidado con árboles y un quincho en el fondo del terreno. Habían estado pasando el rato, adentro del agua y afuera, jugando al fútbol y tomando cerveza. En un momento, cuando entraron a la casa a buscar otra botella, alguien prendió el televisor y vio los camiones hidrantes en la Plaza de Mayo reprimiendo a los manifestantes. El día se oscureció inmediatamente, sobre todo para él que se quedó adentro durante tres horas viendo las imágenes en vivo. En ese momento Mauro agarraba un pedazo de baldosa en Avenida de Mayo y lo tiraba contra una columna de policías que disparaba balas de goma. Hacía dos años que vivía en Buenos Aires y uno que militaba en una organización peronista. Ahora la policía montada los había disgregado a palazos para diferentes puntos. Había visto cómo se llevaban gente de los pelos, cómo le pegaban a una señora de setenta años y la dejaban en el suelo. Y un chorro de agua con una presión altísima les daba de lleno desde una calle lateral. Cuando se levantó del suelo corrió para donde pudo, completamente mojado, y se encontró con un grupo de manifestantes que le dieron ayuda. Así pasó el resto del día, escuchando gritos y disparos, respirando humo entre las cúpulas borrosas de los edificios históricos. Las sucursales de los bancos estaban devastadas, los vidrios rotos, las paredes escritas, las calles anchas regadas de piedras. Sobre el atardecer, cuando volvía para la zona de Congreso, Mauro se quedó un rato frente a una montaña de cubiertas prendidas fuego que producían un humo negro todavía visible. Más tarde, ya en su monoambiente de la calle Sarandí, prendió el televisor y pudo ver las imágenes con letras sobreimpresas, y extrañamente recién ahí entendió la verdadera dimensión de las cosas. Al revés, Gaspar, después de mirar tres horas de represión televisada en una habitación oscura cuando afuera había un sol tremendo, salió al patio y fue hasta la pileta, se arrodilló y tocó el agua, se lavó la cara y volvió a meter las manos en esa sensación líquida, como una forma de reposición de lo real. 

 En una segunda instancia para Gaspar la política tenía una dimensión arquitectónica; estaba, podría decirse, en los edificios del poder: la Casa Rosada, el Congreso y la Quinta de Olivos. Los había conocido gracias a Petrovna, un ex amigo de su papá de ascendencia rusa, un tipo raro que vivía de un gimnasio que había construido con chatarra y que tenía un certificado de invalidez por un problema crónico en el tobillo. Gracias a ese certificado, Petrovna tenía acceso a viajes gratis a todo el país y muchas veces Gaspar lo acompañaba a Buenos Aires a hacer algún trámite. En las horas muertas, en más de un viaje había hecho las visitas guiadas de la Casa Rosada y el Congreso y caminaba alrededor de la Quinta de Olivos, pensando que en esa cercanía de los edificios podía entender materialmente los resortes que condicionaban su potencial, sus limitaciones y sus expectativas de vida: los grandes salones de la Casa Rosada, el Patio de las Palmeras, las pinturas en los descansos de las escaleras de mármol, el despacho presidencial con las áreas divididas como en un departamento (una pequeña recepción, una sala de estar con sillones, el escritorio amplio), los pasillos intrincados del Congreso, las puertas que daban a lugares inaccesibles, la araña monstruosa que cuelga desde la cúpula. En una de esas visitas al Congreso, un miércoles de invierno que entró por Yrigoyen y salió por Rivadavia cuando ya era de noche, vio a un notero de TN con un camarógrafo y un sonidista haciendo tiempo en la antesala del Salón de los Pasos Perdidos. Gaspar pasó con el grupo turístico, se detuvo en los cuadros inmensos que cuelgan en los costados del Salón y una vez adentro del recinto tuvo que escaparse de la comitiva porque se le hacía tarde para encontrarlo a Petrovna y llegar a Retiro. Mientras la guía hablaba sobre detalles del protocolo de las sesiones, Gaspar se fue yendo hacia atrás en el palco desde donde se veían las bancas de los diputados, las butacas cerrándose en una herradura hasta la mesa del presidente, y volvió a la oscuridad inmensa del Salón de los Pasos Perdidos donde la luz de la cámara de TN recortaba la figura expresiva y pictórica de Nilda Garré. Garré se tocaba la oreja sosteniendo una cucaracha, asentía con la cabeza ante la interpelación que le hacía Nelson Castro desde el estudio de televisión. Pero de este lado de las cosas, donde no había una pantalla partida sino la realidad interior y oscura del Congreso, la escena era pura visualidad: el ambiente retumbaba en un eco vacío. Gaspar se quedó un poco ahí, sacó una foto sin flash desatendiendo los gestos también silenciosos de un guardia de seguridad y escuchó el principio de la respuesta de Garré: con dificultad, tragando saliva marcadamente en la construcción de las oraciones, respondía sobre la situación judicial de un abanico de diputados y allegados al kirchnerismo. En cuanto a la Quinta de Olivos tenía mucho menos: el paredón largo, las farolas, el arbolado (las palmeras, los jacarandá), las calles internas (curvas, bien pavimentadas) que podía ver desde adentro del tren Mitre, apenas por encima del nivel del paredón. 

Seis meses después del estallido social del 2001 Gaspar acompañó a Petrovna a una consulta médica, y en seguida de dejarlo en el Hospital Italiano fue a la Plaza de los Dos Congresos a encontrarse con Mauro, con quien había quedado para comprarle seis porros de paraguayo prensado. Tenían dieciocho años y con el tiempo esta charla iba a recortarse como el tercer nivel de la política: si tuviera que enunciarlo, Gaspar hubiera dicho “el de la autonomía más plena”. Desde hacía un tiempo Mauro se había convertido en aspirante a secretario de un primera línea del gobierno. Hacía militancia de base pero también tenía acceso a algunas reuniones privadas e incluso en un par de oportunidades había escuchado al presidente en persona. Eduardo Duhalde había accedido al poder el 2 de enero del 2002 gracias a la Ley de Acefalía, lo que motivaba chistes internos en torno a la dimensión de su cabeza. Pero la realidad era que este hombre de estatura inferior y cabeza desproporcionada irradiaba una energía brutal, quizás la más fuerte que Mauro había sentido en presencia de alguien. Duhalde ya había devaluado la moneda dando fin a la Ley de Convertibilidad de Domingo Cavallo y había generado cierta sensación de quietud después del caos reciente. Y en materia social (esta es la noticia que le daba Mauro junto con los seis cigarrillos) estaban por implementar un plan de contención para todo el conurbano: lo que después se conoció como el Plan Jefes y Jefas de Hogar. Gaspar sacó cuentas: se imaginó el Congreso que tenía a la vista, la plaza que desemboca en la avenida y sigue ancha hasta la 9 de Julio, todo repleto de piedras y palos y balas de goma, de humo negro de cubiertas, de sangre todavía fresca. Pensó en los niveles de pobreza, en la construcción mediática que aparecía como cuenta progresiva en las pantallas: el RIESGO PAÍS. Pensó en la cantidad alarmante de personas revolviendo cartón. 

– ¿Pero cuántos millones necesitás para contener a tanta gente?

– No sé, ni idea, un montón –le respondió Mauro.

– Es impracticable… Van a hacer cualquiera.

– Entonces haremos cualquiera –le dijo Mauro siendo hablado por Duhalde–. Pero la cosa es que lo vamos a hacer.

Esta respuesta, concreta y sencilla, encerraba la lógica autónoma de una práctica que a Gaspar le resultaba inaccesible: hacer lo que había que hacer incluso sin los recursos para hacerlo. Semejante nivel de pragmatismo era la política: los pasillos anchos y fríos del Congreso, y sobre todo los de la Casa Rosada, dejaban de ser el escenario de un recorrido turístico para convertirse en el lugar donde se resolvían las cuestiones prácticas, aquellas con un efecto inmediato en las personas. En definitiva, un lugar de trabajo. Más adelante, cada vez que viera la cúpula verdosa por las inclemencias del tiempo, o la estructura asimétrica de la construcción colonial de espaldas al río, Gaspar se iba a repetir como en un rapto: “trabajo, trabajo, trabajo”. Él no podría haber estado ahí, peleando por avanzar en las líneas del poder, tomando nota de la filosofía del presidente: era un gran espectador de televisión, uno crítico y sagaz, podía leer entre líneas y gestos en los discursos públicos de toda índole, pero no podría haber pensado en transformar la sociedad de esa manera tan concreta. El 27 de octubre del 2010 había escrito en Facebook: “Réquiem para quien reconstruyó la autoridad presidencial”. Siempre había considerado a Néstor Kirchner “su primer presidente”. Y si bien seguía siendo cierto, en el sentido electoral del término, ahora se daba cuenta de que en realidad la primera figura política fuerte que había marcado a su generación (más allá de Menem durante su preadolescencia) era precisamente Eduardo Duhalde.

Gaspar puso National Geographic: dos delfines nadaban sobre el fondo compacto de un océano celeste. Llevaba una hora frente a la pantalla y todavía le quedaba medio vaso de vino arriba de la mesa. Pensó en Mauro: hacía varios meses que no lo veía. Cambió de canal sin detenerse en ninguno. A veces le gustaba sentir el espacio negro entre los canales, esa sensación en la cabeza aunque finalmente lo terminara por descomponer. En realidad hacía mucho que no salía ni veía a nadie. Su vida se había ido reduciendo a unos pocos lugares predeterminados y al encuentro esporádico con personas apenas conocidas (cajeras de supermercados, bibliotecarias, cerrajeros, mecánicos). Cuando el zapping se detuvo en una imagen estática (una infografía sobre la nueva conformación de la cámara de diputados) Gaspar pensó en el agujero negro en que se había convertido su vida social. (Sigue acá – Parte 3)

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DE LAS COSAS DE LA NATURALEZA (I)

La televisión es ordenadora de los ciclos diurnos y nocturnos, acomoda nuestras actividades en base a una programación. Este gesto arcaico y fascista le resultaba más atractivo que la disponibilidad aleatoria y en apariencia democrática de la web. La insidia de fijarte a un espacio y un lugar, paradójicamente, siempre le había parecido tranquilizador. Y cuando digo “mirar televisión” no me refiero precisamente al Tour de France. Hace unos días, por ejemplo, Gaspar se dio una dosis frente a la pantalla. Durante ocho horas, desde que caía el sol hasta las cuatro de la madrugada, su vida fue una continuación de imágenes producidas por otros. CN23: “Descenso al Maldonado”; un grupo vestido con mamelucos y cascos blancos caminaba por un entubado subterráneo repleto de basura que, según el entrevistado, tenían que limpiar para que escurriera el agua. Crónica TV: “La encontraron como NN a 16 cuadras de su casa”; una madre con una pechera estampada con la cara de una adolescente tomaba mate mientras una voz en off decía “la buscó doce años y estaba enterrada”. América 2: “El peaje extorsivo de Buenos Aires”; un periodista hablaba a cámara y en segundo plano un camión Iveco avanzaba sobre un paisaje multicolor de containers. CNN en español: “Líder de Cataluña todavía no ratifica declaración de independencia”; una multitud se manifestaba por las calles de Barcelona con banderas rojas y amarillas y una estrella blanca sobre un triángulo azul. En canal 9 había un compilado de escenas de animales: un chancho que sacaba una cerveza de la heladera, un caballo blanco que buscaba la correspondencia de adentro de un buzón en el espacio abierto de un establo y una gata doméstica que abría la puerta para salir al patio por sus propios medios. En Fox Sports pasaban un partido del Bayer Leverkusen, algo que se repetía desde unas semanas atrás cuando Lucas Alario había desembarcado en la liga alemana. ¿Cómo el resto de las personas no valoraba en su justa medida esta galería contemporánea de la cultura? The Filme Zone; Harry Angel, todavía sonriente, le decía a un policía incrédulo: “¡Ey!, ¿alguna vez viste El Club de Micky Mouse? Porque, ¿sabés qué día es hoy? Es miércoles, el día en que cualquier cosa puede ocurrir”. 

En la década del sesenta la televisión constituía la dimensión de lo público. En aquella época toda la audiencia veía el mismo acontecimiento, por lo general único, en un mismo momento y compartiendo el mismo cuadro de situación. Ahora en cambio forma parte de otra dinámica y otra lógica: se trata de la conformación de islas de consumo en las que los televidentes transitan recorridos basados en gustos específicos que justamente van formando comunidades aisladas y alejadas de una dimensión común. La televisión, en su pluralidad fragmentada, activa microclimas y solo en ocasiones, en momentos históricos de trascendencia que actúan como hiatos, vuelve a cumplir la función inicial. 

El día que cayeron las torres gemelas Gaspar estaba vestido de mujer filmando un trabajo práctico para la escuela secundaria. A la distancia, con casi 35 años, si tuviera que resumir una esencia originaria de la televisión recortaría esa transmisión en directo. Sin la peluca puesta pero todavía con los labios pintados se había quedado en silencio junto a sus compañeros de clase cuando la madre de uno de ellos había entrado a la pieza donde filmaban para decirles “Estados Unidos está siendo bombardeado”. En el televisor había una torre humeando sobre el skyline frondoso del Bajo de Manhattan. Era media mañana y,  al igual que el resto de occidente y que prácticamente todo el mundo, después de unos minutos pudieron ver un Boeing 767 entrar en la otra torre y dejar en la superficie vidriosa un hueco explosivo. Se trataba del vuelo comercial 175 de United Airlines. Una hora después vieron cómo la primera torre que humeaba al momento de haber prendido el televisor caía sobre sí misma, 110 pisos en el corazón financiero de Nueva York. Y a la media hora vieron cómo se derrumbaba la segunda torre, una escenificación literal de la caída de la bolsa de valores (el Dow Jones se desplomaría un 14 por ciento durante la semana siguiente, la caída más grande de su historia). Sin embargo, ya transcurrido el siglo XXI, Gaspar sabía que no se trató de una vuelta a foja cero: de toda esa pila de escombros y fierros retorcidos los peritos forenses habían recuperado los discos duros de las empresas. Pero eso sería después; ahora había que pegarse a la televisión, a las tomas aéreas de los helicópteros que mostraban una metrópolis con niebla a pleno sol. Lo mismo los días posteriores: Jorge Lanata en Día D, sentado sobre las letras del decorado, iba a explicar el terrorismo internacional pero también el miedo a las alturas de Minoru Yamasaki, el arquitecto principal del World Trade Center, y la lógica funcionalista de Le Corbusier, una ética (resumida en una estética) contra la que los terroristas, según Lanata, también habían apuntado. Un mes después Estados Unidos invadiría Afganistán, dando inicio a una nueva guerra televisada, y un año y medio después desembarcaría en Irak derrocando a Saddam Hussein, no mucho más que un monumento caído en una plaza pública, también televisado para todo el mundo en simultáneo. 

Gaspar se levantó y fue a la cocina a servirse un vaso de vino. Por la ventana podía verse que había llegado la noche en todo su potencial: la oscuridad cerrada, pocos autos pasando, el silencio solamente interrumpido por el canto de unos grillos. Se refregó los ojos calientes y volvió al televisor. El vino le produjo una caída de la ansiedad que supuso visible como las imágenes en la pantalla. En Canal 26 reproducían un audio de Ernesto Tenembaum donde decía que Elisa Carrió, en el debate de candidatos de TN, acababa de mostrar una faceta oscura cuando sostuvo que existía un veinte por ciento de probabilidades de que Santiago Maldonado estuviera en Chile. Todo este tiempo, los años pasados, Tenembaum no había sido un operador político sino sencillamente un imbécil. Puso TN: “El plan de CFK para evitar la derrota”: la columna que Federico Andahazi (con un jopo que parecía de plastilina, lentes de pasta negros con las patillas naranja y un saco azul que le llegaba casi hasta las rodillas) hacía sobre la “psicosis de la expresidenta”, sentado en una barra con Alfredo Leuco, que a su vez había hecho un editorial de aproximadamente cuarenta minutos sobre “un plan sistemático de mentiras a la sociedad”. La televisión, sin lugar a dudas, era la ventana más palpable a la vida pública. (Sigue acá – Parte 2)

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BLACK MIRROR VIBES

El votante de Milei le dio una vida más al kirchnerismo. Y también a Macri. Eligió la grieta sobre la vida «normal» (charlas insustanciales moduladas por el sonido monocorde de un reordenamiento fiscal y, en un futuro, el de los superávit gemelos).

No habrá vida normal. Habrá tensiones hasta la exageración. Habrá hiper.

Habrá una sociedad más politizada que nunca.

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DESPUÉS DEL MASSAZO

Por Ismael Blanco (23/10/2023)

Gran acierto del equipo de comunicación que Massa haya dado el discurso solo, porque los últimos meses fueron eso: Massa, Massa, Massa.

Anoche, en un posteo, yo decía que el mayor desafío del kirchnerismo será dejarlo hacer, es decir, darle efectivamente los comandos que guían la dirección del gobierno, lo que significa (así lo dije) «ir hacia la propia desaparición». Y entiendo que la figura es demasiado extrema, porque -por supuesto- no se trata del fin del kirchnerismo (como quieren Bullrich, Milei y supuestamente Alberto) pero sí de la comprensión del momento histórico que pide otro tipo de conducción. Entonces -ajusto ahora-, el kirchnerismo tendrá que entender que lo que toca, al interior del frente, es una especie de relativa subordinación.

Axel ganó la provincia por veinte puntos, Mayra Mendoza ganó Quilmes, Selci hizo lo propio en Hurlingam y así en varias otras localidades del interior. Hay kirchnerismo y lo va a seguir habiendo. Pero justamente Mayra (en tándem con Máximo) salieron al cruce de Axel unas semanas antes de las generales cuando este último habló de «escribir una nueva canción». Lo tildaron de egoísta, le dijeron, con la cita remanida del indio, que juega a «primero yo y después yo y a las migas para mí». De ahí la inquietud: si una declaración como la de Axel activa respuestas que derivan en semejante exposición pública, ¿qué pueden hacer con Massa cuando haya que -inevitablemente- tomar medidas a largo plazo para estabilizar la macroeconomía?

Massa no es Alberto, por eso si gana «será el massismo», es decir, pasará tal cosa desde lo político y quizá, si logra desanudar el quilombo interno, también en lo social. Será el presidente que el espíritu de la época pida (para bien y para mal). En esa escena es Máximo y compañía quienes tienen que recordar la cita del indio, pero no para enrostrarla al resto sino para no caer en cálculos que terminan siendo cuentas muy chiquitas.

Por ahora esto es lo que hay: Massa arriba del escenario, solo, artífice único de lo que puede ser un verdadero milagro si es que llega a ser el próximo presidente. Después vemos.

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PLAZA DEL SOL Y BALVANERA: APUNTES SOBRE LAS PLAZAS SECAS DEL PRO

Por Ismael Blanco

Al principio en Bahía Blanca la municipalidad tuvo la idea de sacar un crédito del BID para remodelar parte del centro, lo que incluía a la Plaza Del Sol. Como eso se hizo medio lento pasaron al plan B (cagate de risa): que un privado haga 150 cocheras subterráneas abajo de la plaza a cambio de la concesión de esas cocheras por 50 años. Hasta acá el manual de operaciones del Pro (en su actual morofología cambiemita) con sus construcciones engañosas de lo “público-privado”, donde lo público empieza a desdibujarse bastante, al menos como administración responsable del bien común.

Pero el “cagate de risa” es un poco más grande: el proyecto de las cocheras prevé bajar los desniveles de la plaza a ras del suelo y, pequeño detalle, sacar todos los árboles existentes. Esto activó críticas de los ambientalistas, que se fueron sumando a las de un grupo considerablemente mayor. La gente que vive en los edificios lindantes, como el Taberner, gente que constituye en gran medida el núcleo duro de sus propios votantes no ven con buenos ojos que le hagan una excavación de 5000 metros cúbicos al ladito de los cimientos construidos hace 65 años. Esto complicó bastante la cosa y los inversores empezaron a mirar de reojo el panorama, porque son inversores locales y al parecer no quieren quedar pegados ante la opinión pública en un proyecto que desde el vamos (y por varios aspectos) se recorta como polémico.

Pero el proyecto además de tener dudosas consecuencias en lo económico y urbanístico impacta en un aspecto sensible como es el cultural. Efectivamente la plaza tiene una historia compleja pero bastante rica, que el diseño minimalista y seco parecería venir a cepillar. Esto, amigues míes, no es un dato menor.

¿Por qué digo “compleja”? Porque si vamos a reivindicar la memoria colectiva no hay que soslayar que la plaza fue creada en un momento oscuro del país, específicamente en 1977. “Del Sol” es el nombre que se le puso en aquel entonces y que sobrevivió hasta nuestros días, pero hoy también es la Plaza De La Memoria, justamente por una operación de apropiación que hizo del lugar un gran monumento histórico. En los papeles es la Plaza Lavalle pero también es el escenario donde se desarrolló la mítica Feria De La Cultura durante los ochenta, en la que se destacaron figuras como el trafkinstar Mauro Fernández o el poeta Sergio Raimondi (que desde los edificios cercanos tiraba avioncitos de papel con poemas escritos), entre muchos otros. En síntesis: la plaza tiene una historia compleja que contiene varias plazas en su interior y que la estética del nuevo proyecto amenaza con desaparecer.

Y digo “desaparecer” y entiendo el peso político del término, no como Mario Minervino, que en la serie de notas un poco panfletarias en La Nueva Provincia sobre este mismo tema, cuando hace el relevamiento de la historia de la plaza, mete lo siguiente; dice: “En 1971 (…) la comuna improvisó un estacionamiento vehicular, gratuito y elemental. Durante años sirvió para eso hasta que salió el sol. En 1977 la firma Di Tullio…”, etcétera. ¿En serio Mario en el 77 salió el sol? Recomendación periodística: o manejar mejor el inconsciente o comprar una balanza digital que pese con más precisión las palabras y los juegos de sentido.

La cuestión es que todo este affaire en torno a las plazas posibles para ese espacio del centro de Bahía Blanca me llevó a revisar otra plaza, esta vez ya concretada, en el barrio porteño de Balvanera, porque permite que pensemos determinadas constantes que parecerían solo estéticas pero que sobresalen a la vez como políticas: esta última es también una plaza problemática, seca y del Pro. La diseñó el artista (y yerno de Mauricio Macri) Pablo Siquier y es la plaza que ilustra la vista aérea en la foto principal de este posteo.

Si bien las situaciones no son del todo coincidentes, la comparación sirve para proyectar un margen de posibilidades y sobre todo para entender qué concepción de lo público encierran estas plazas que más que puntos de encuentro son (o pretenden ser en uno y otro caso) un lugar de paso para estacionar un auto y una configuración visual para apreciar desde un dron. En esta nota de Rosaura Barletta se recopilan opiniones de los vecinos y creo que sirven porque en un futuro podrían ser las mismas de los habitantes del Taberner, si es que las cocheras se hacen y sus cimientos las soportan:

“Es una plaza que excluye a la gente, es una plaza que parece de paso porque no hay un solo lugar donde quedarse. Los usos básicos de una plaza porteña, en un barrio popular como Balvanera, son reunirse, tomar sol, tomar mate, leer un libro, jugar a la pelota. Acá es imposible”.

“Los caminos son tan angostos y tienen esas piedritas que mi hijo el primer día se raspó la rodilla. ¡Estos tipos odian el pasto!”.

La comuna 3, donde queda la plaza de Balvanera, es la segunda de la Ciudad en menor cantidad de espacio verde: 0,38 metros cuadrados por habitante, menos del 10% que lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Los números de Bahía Blanca (y sobre todo los del centro de la ciudad) no son mucho mejores.

Dice Barletta sobre el final de la nota: “La inauguración de la nueva plaza volvió a poner en discusión una repetida demanda de los vecinos porteños: que la creación de espacios verdes tenga verde. Algo que el gobierno decididamente repele”. Esto nos lleva a pensar la demanda de los vecinos bahienses, que se están organizando para reclamar en contra de las cocheras pero sobre todo para que se valorice la plaza que está en virtual estado de abandono. La municipalidad decidió cortar el agua para que los trapitos no pudieran trabajar en el sector, por lo cual los árboles que todavía quedan no están siendo regados. Todo apunta a dejarla caer para proponer este tipo de intervenciones que encierra un negocio para unos pocos. Eso es lo que se debate por estos días: la fuente de agua (hoy seca), los desniveles, el anfiteatro (es decir, todo lo que proponen demoler), debería ser una posibilidad de encuentro y no una excusa para mandar las máquinas niveladoras.

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NOSOTROS YA PERDIMOS

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Por Ismael Blanco

Pensaba que esta puede ser la foto de perfil de Estado actualizado (nuestra página de Facebook sobre cuestiones políticas) para cubrir las elecciones. Más allá de la metáfora del juego, que es un lugar común en la jerga de la política (¿juega Cristina? ¿quiénes son los que van a jugar?) la imagen, como si estuviera pegada en un rectángulo de corcho en las oficinas de nuestra redacción, tiene que funcionar como un recordatorio. Es una postal expresiva de una derrota reciente, podríamos decir del fin del kirchnerismo. Y acá hay un conflicto que subyace en la elección de la foto: ¿cómo no caer en cierto derrotismo de cara a una nueva competencia por los votos?, e incluso más allá (porque la derrota del último kirchnerismo no fue solo electoral) ¿cómo administrar una mirada negra sobre las cosas con la posibilidad efectiva de volver a habitar el Estado?

Bueno, ese es el desafío que nos toca ahora, difícil, como nos tocó militar a Scioli en el 2015, la mayoría de nosotros siendo ciudadanos de a pie, cuando incluso sectores supuestamente orgánicos del kirchnerismo no lo militaron. Ahí una de las tantas claves de las distintas derrotas. Con el diario del lunes podríamos ir más allá y pensar la fórmula Scioli-Zanini ya como un problema con sus distintas aristas, es decir, la falta de una gran PASO que ordenara lo que estaba desordenado y que contemplara la posibilidad de absorber, llegado el momento, al idiota útil que resultó Randazzo. Igual si miramos la provincia esto puede ser discutible: el caso Fernández-Domínguez nos reveló que lo mejor era el dedo de Cristina y no una competencia interna que, mediante operaciones de prensa completamente destructivas, nos terminó debilitando. En todo caso, ahí van varias aristas que conforman la morfología asimétrica de nuestras distintas derrotas.

Pero la peor derrota que tenemos que tener presente, tanto para jugar las elecciones de octubre como para ocupar el gobierno llegado el caso, es la derrota cultural. Hay algo ahí, en los claroscuros y en los intentos concretos por dar la batalla del anterior gobierno (porque los hubieron y solo bastaría revisar los presupuestos para las diferentes áreas en épocas de gestión) que no resultó efectivo. Y con la candidatura de Cristina asomando se me viene a la cabeza esta infografía, que lejos de surgir desde un triunfalismo ciego se me aparece como significativa de nuestra propia derrota:

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Muchas veces solemos acordarnos y traer a colación aquel 54% pero no siempre tenemos presente el cuadro completo, que lo vuelve todavía más rotundo. Entonces cabría la pregunta sobre cómo se puede perder tanto capital político en un período relativamente tan corto. En esos términos, con los resultados puestos del 2015, la imagen funcionaría para pensar nuestra derrota específicamente en aquella batalla por conformar una nueva cultura política. Algo que se vuelve más intenso si revisamos los resultados electorales mesa por mesa, haciendo foco en los barrios donde viven los supuestos “choriplaneros” y donde ganó Macri invariablemente y por mucho. Pero en realidad, pensando en términos pragmáticos (otra vez con la candidatura de CFK en el horizonte) esa imagen también dice sobre cómo jugar una elección, que siempre es una foto y nunca una película completa. Puede resultar ilustrativa de que no existe una identidad dura de las grandes mayorías y que lo que hay que hacer es apuntar (y acertar) a esa indeterminación. Quizá algo hayamos aprendido en la derrota, del marketing político del Pro, de los focus group, sobre cómo salir a pensar ese monstruo de millones de cabezas que es el electorado argentino. Decía Benjamin cuando analizaba la emergencia de los nuevos medios de principios del XX: “pensar con la cabeza de otras gentes”, ahí la cuestión. Después, aprender otra cosa del macrismo resulta difícil, porque no solo gobiernan con una correlación de fuerzas muy distinta a la que podría ser la nuestra sino que también, cuando no tuvieron los fierros de todo el Estado, ganaron las elecciones justamente desde otra correlación con respecto a las corporaciones, a esa abstracción discursiva para nada ingenua que son “los mercados” y etcétera.

Ahora, recién decía “la candidatura de Cristina asomando”. Personalmente sigo la línea de Santoro (el bueno), que en una nota para el blog de Vertbisky sostuvo explícitamente que lo mejor que nos podía pasar era que no se presentara. Por supuesto él lo dijo hace poco más de un mes y los vaivenes de los distintos armados ya tiñen con matices la efectividad de su frase. Pero su idea es que hoy lo primordial es sacar a Macri, que es “el enemigo neto”, incluso a costa de que el gobierno sea ocupado por una forma del peronismo menos intensa y más moderada que la nuestra. Y para eso Cristina resulta fundamental: él habla de aplicar la estrategia de aproximación indirecta de Lidell Hart, quien fuera el estratega de Churchill. Santoro la resume así: “vos no tenés capacidad de fuego ni de tropa como para imponer las reglas de la batalla, las impone el enemigo, entonces hacés todo lo que el enemigo espera de vos (Cristina Presidente y etc.) pero llega justo el momento –tiene que ser preciso y es la clave– en donde cambiás el escenario y el enemigo se queda con todos los cañones apuntando hacia otro lugar”. Jugando con la foto de perfil de Estado actualizado podríamos decir que CFK es Messi: es la mejor de nosotros pero al mismo tiempo es mejor que no esté. Igual decía que por el escenario cambiante de la política esto parecería quedar viejo: los Lavagna, los Urtubey, los Massa que se quieren cortar solos o dibujan falsas unidades ponen en discurso la voluntad de dejar afuera a la forma del peronismo que tiene más caudal de votos: léase, a Cristina. Este panorama es el que termina avalando la necesidad de su candidatura.

De ser así, la tarea dificilísima de la época será militarla a ella (aunque resulte mucho más fácil para  nuestra conciencia interior que lo que tuvimos que pasar en 2015). Y es desde ahí que pienso en las imágenes de la derrota y en qué se puede sacar de todo eso. Supongo que algo deberíamos haber aprendido y que aquellos tragos amargos nos deberían constituir mejores que antes o al menos dar algunas noticias sobre dónde y cómo poner el oído para funcionar como receptores de las demandas insatisfechas de la población, que hoy son muchas y más que antes. O sobre cómo y con quién se gobernaría si se llagase a ganar un ballotage, es decir, si sería un gobierno exclusivamente de Cristina (con Máximo y Wuado sentados en la mesa chica) o si debería haber lugar para incluir formas “menos puras”, e incluso pienso en aquellos dirigentes que hoy no aceptan armar la unidad si es que esta viene con el kirchnerismo adentro. ¿Se podrá transformar ese núcleo duro de aceptación, que es un núcleo absolutamente parcial y parcializado, en una conducción más general? Algo así se preguntaba Santoro ¿Para algo puede haber servido la derrota? Si va Cristina, y parece que va a ir, estaremos todos atrás de ella y está bien que así sea, pero lo que yo digo es que no nos olvidemos de que, a diferencia de Stolbizer (que enunció una victoria ridícula en primera persona del singular), nosotros ya perdimos.

 

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UN CUCURUCHO DE MIERDA EN LA FRENTE

La Guacha sobre la poética de Solari

Por MAF y GL*

50737511_2069010610056487_6547942758198280192_nUnos cuántos nos alegramos: por fin alguien se anima a hablar de eso. La bajada del título de tapa de la revista La Guacha de noviembre del 2018 dice que ese número se ocupa de “La poética del Indio Solari” y eso es mentira, es una redonda estafa. Y es una falta de respeto, si se entiende “respetar” como mirar algo con atención.

“Hubiéramos querido traerles a nuestros lectores, la opinión del Indio (…) No fue posible”, dice la nota editorial con sus habituales comas mal puestas. La nota introductoria lo vuelve a decir, esta vez con los paréntesis desubicados y un asomo redundante: “(…) intentar una y otra vez contar con la propia voz del protagonista (…)”. Esta sola idea parece ser cierta: salvo por el mero entusiasmo de algunos escritores/ escuchas, una lectura posible de la poesía de Solari no está en la revista. El Indio no está, no lo consiguieron.

Es justo señalar ahora unas pequeñas disidencias con el bruto del dosier: Rodolfo Edwards, con una nota un poco sobrada de palabrerío y falta de muestras, intenta por un lado una genealogía en la que se puede pensar (los personajes sórdidos del Arlt, Discépolo señalando los desatinos de su época) y por otro lado cierta impertinencia de los Redondos (es casi imposible hacerlos entrar en la tradición poética del roc argentino). También sucede que Aliaga tira alguna punta, aunque la relación con la escritura de Nicanor Parra resulte forzada.

La nota editorial de La Guacha -otra vez- aborrece de la academia, aunque la nombra –una vez sí, una no- con mayúsculas: “Si Wiliam Blake habla del cielo y el infierno la academia se hace hace pis”; ”La Academia (…) no ha tenido el valor todavía de abordar la producción de Solari como esta merece”; “(…) los parámetros de la academia que siempre recortan por lo más delgado y sancionan con el silenciamiento a las poéticas de matriz popular”.

Sin embargo, varios de los artículos del dosier están llenos de referencias académicas. O, más específicamente, mal vestidos con prendas sueltas que encontró al pasar un alumno de primer año de alguna disciplina social. A ver: De Mateo empieza con “(…) asir las producciones simbólicas” para después citar a: Borges, Alighieri, Valery, Kristeva y –cómo no- a Deleuze que como todos sabemos sirve para todo. Y, acorde al título de la columna, usa varios giros que son lugares comunes del discurso académico: “lectura inmanente”, “resignificada”, “rizomático”, “orden del discurso”, etc.

La columnita de Watkins empieza aludiendo a Derrida y a Benjamin (lo aclara él con sus paréntesis). La manera demagógica y acrítica en la que este autor usa la expresión “palabra empoderada” (en itálica en el original) merece un párrafo aparte que no vamos a escribir. “(…) lugares abiertos a las disputas de sentido”, dice en otro lado Ghigonetto. Es casi gracioso cómo la palabra “sentido” se repite en los artículos, de la misma abundante y descuidada manera en que la usan los estudiantes que recién empiezan letras.

¿Pero cuál es la crema de este heladito de mal gusto? ¿Con qué se rellena el cucurucho del bolazo? Lo más sustancioso es que, salvo el gesto francamente demagógico de citar a modo de título o colofón cachos de letras que sabemos todos, no se habla casi en ningún artículo de lo que promete la tapa: la poética del Indio Solari. Es lo que dice la editorial en un desliz de autenticidad: falta el Indio.

Sobran lugares comunes, pero no hay letras de Solari. Y menos las hay puestas en un contexto de especulación tal que este dé cuenta razonablemente de sus referencias, sus recursos, su estilo, su estética, el peso cultural de su discurso, su belleza. Hay opiniones, no hay ideas. Hay mucha metáfora casi siempre vacua, lo que no hay es una lectura apoyada en mecanismos intelectuales razonables. Casi todo va masomenos así: opiniones sin razones y sanata pseudopoética.

Aquí un poco de la sanata pseudopoética que hay en las siete sucesivas páginas del dosier. Claudio Lo Menzo: “aquelarre de emociones que hacen surco”, “y esa voz sincera que aflora con palabras movedizas”, “pulsa a corazón abierto”, “océano de otras almas que se cantan a sí mismas”. Martín Gómez: “estas líneas no pueden servir más que como una invitación a esos conjuros”, “es como si con los inclaudicables ojos que el Indio afirma haber alquilado para ver el mundo le hubieran sido dadas (sic) la capacidad de escudriñar”. Santiago Lo Menzo: “fundando la logia en la prueba del no soñar”. Kiki La Plume: “por eso el Indio se me aparece como una especie de mago neoplatónico o alquimista espiritual”. Watkins: “irrumpe una lectura del corazón y la memoria”, “lo aurático visto por Benjamin”, etc., etc., etc. Pareciera que la manera de ayudar a comprender la escritura del Indio que tienen estos tipos es decir cosas incomprensibles a los desgraciados lectores. Si el Indio escribe raro y vende, nosotros también, qué tanto.

Así como no contaron con el Indio, tampoco contaron con la posibilidad de un trabajo crítico (no importa si “académico” o no). “Tremendo arraigo popular” dicen muchos de los que escriben en este dosier, de maneras masomenos parecidas. ¿Eso quiere decir que lo escucha mucha gente o quiere decir otras cosas? Si quiere decir otras cosas, ¿qué cosas? ¿En qué letras del indio está puesto eso y cómo? ¿Qué quiere decir “popular” para el que lo escribe? La Guacha dice siempre que reivindica la “Poesía Popular”, alguna vez podría intentar explicar qué carajo quieren decir con eso.

En cuanto a lo que pone Edwards (la filiación temática con Arlt y Discepolo), nosotros entendemos que algo de eso hay, y creemos saber dónde lo hay, pero ya que está ¿no podría dedicar tres líneas a contárselo a otros? Aliaga postula algo interesante: “Solari llevó un público masivo a una zona de acercamiento a la poesía”, faltaría animarse un poco al “cómo” de tal cosa. “No bajar líneas (sic) es una forma de construir los poemas, una forma de delinear una poética”, escribe Ghigonetto. ¿Seguro que los textos del Indio no bajan línea? ¿Cómo es posible eso? ¿Hay algún texto de alguien que no baje línea?

Otra cosa que usan casi todos son las palabras “críptico” y “hermético”, y de manera equivalente. ¿Alguno podría tomarse el trabajito de explicar que no significan lo mismo y qué quieren decir con tales cosas? Si la obra de Solari tiene cientos de miles de seguidores, seguramente ellos algo entienden de lo que dice… ¿Alguno podría preguntarle al “pueblo”, a los que no hacen columnas en la revista, qué es lo que entiende de las letras de Solari? “Comunicación y poesía simultáneas, y esto es asombroso” pone Watkins, en el colmo de la tontera.

En este uso denodado de las palabras “críptico”, “hermético” y similares reside una parte de la estafa del dosier: se sugiere que la poética del indio es un misterio cerrado, que no se puede entender bien, que en tal caso hay que conformarse con balbuceos como los que se escriben en la mayoría de estos artículos. Y eso es otra mentira. Una mentira en este caso muy política, que juega con las posibilidades de poder de quienes aparentemente tienen una llavecita.

Los lugares comunes que aquí abundan no solo son habituales para el caso de las letras de Solari. Son lugares comunes de la crítica literaria ramplona, incluso de la crítica de arte en general. Se dice que quien oye completa el sentido, que los artistas tienen una antena que recibe cosas que los demás no reciben, que los textos tienen más de una lectura posible, que la voz del artista es única, que la voz del artista interpreta a todos, que la obra produce catarsis en el oyente, que la obra es experimental, que su lenguaje es nuevo, que desafía lo convencional, que su lenguaje es conmovedor, que todo es medio enigmático, que es imposible una lectura inmanente de la obra, que es necesario para entender combinar el pensamiento y el sentimiento y cosas así por el estilo, cosas que nos hemos cansado de leer desde hace mucho los que a veces leemos.

La introducción al dosier explica: “Lo que Solari ha construido en estos más de 30 años no depende de esta edición de La Guacha, claro”. ¿En serio alguien escribió semejante gansada? ¿No da vergüenza ajena? ¿No le da vergüenza a quien lo escribió? Tampoco parece a La Guacha interesarle la historia, porque se trata de más de 40 años de producción de los Redondos, no “más de 30 años”.

“No nos interesa la hegemonía del gusto o el canon oficial” repite la editorial. ¿Tenés un enemigo medio por defecto y ni siquiera lo conocés? Si no te interesa ni le prestás atención a eso ¿cómo hacés para darte cuenta si acaso hacés algo distinto? Si no sabés qué es el neoliberalismo, ¿cómo hacés política ahora?

Una vez Alf hizo vestir con carne muerta a los Tanner, su familia adoptada, para recordar una tradición de su planeta. Todos debían envolverse durante todo el día con chorizos, bifes de chancho de York, hamburguesas crudas. Ese gesto horrible les hizo ganar el amor del pequeño extraterrestre. Lo mismo hacen aquí los de La Guacha, vestirse con carne muerta para obtener favor: “Nos gustaría pensar que el querido JavieR ArduriZ hubiera aprobado y participado en un número como este”. Nosotros más bien creemos que nuestro querido RobertO BuenO, escritor y pintor bahiense también fallecido y amigo de ArduriZ, le hubiera avisado a ArduriZ que esto era una chantada.

 

* Mauro Ariel Fernández conduce Relámpago de Sémola (casi un programa de rock), que se emite semanalmente por la radio de la UTN Bahía Blanca (93.5). Germán Ledesma es uno de sus colaboradores.

 

 

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LA MUERTE Y YO. ALGO SOBRE EL ESTADO DE COSAS EN BAHÍA BLANCA

tumblr_mgmoidv2HC1qelemfo1_500A principios del 2016, sentado en una curva que sube a Villa Cerrito, Maxi me dijo que íbamos a empezar a ver pasar los pibes con bolsitas de Fortex, una postal repetida durante los noventa. Los dos crecimos al calor del menemismo neoliberal en barrios alejados del centro de Bahía Blanca y era común ver a los “mocos” jalando en los descampados y después encontrar las bolsas de nylon con una pasta verdosa y transparente. Ese era un poco el signo de nuestra época y lo aceptábamos como algo natural. Después, más allá de los debates ruidosos en la televisión, la verdad es que el peronismo tomó otra cara y esa imagen naturalizada se modificó sustancialmente: durante años largos dejamos de ver esos frutos raros en las ramas de los árboles, colgando con todo el peso de la segregación, y pasamos a ver las caras iluminadas por las pantallas de las netbooks que los pibes se llevaban de las escuelas de esos mismos barrios. Esto puede sonar maniqueo e incluso capaz lo sea, pero en clave visual también es un dato concreto.

Ahora, en pleno 2018, en Bahía hay una ola de violencia y muerte que dista mucho de ser una metáfora. A varios hechos aberrantes se le suman la muerte por sobredosis de una chica de 15 años, abandonada en un hospital público, y la de una de 19, según información oficial apuñalada por tres menores cuando le quisieron robar una mochila. La chica de 15 era integrante de la Orquesta Escuela del Barrio Miramar, desarticulada por el gobierno municipal de Cambiemos. Es decir: supo tener un espacio de contención hasta que la lógica fría del ajuste presupuestario la dejó dando vueltas en la calle, muy a su deriva. Los tres chicos que mataron a la de 19, como me avisó Maxi, iban jalando pegamento en el barrio Rucci, sin un proyecto de vida y alejados de la educación formal. Los medios de comunicación y muchos oyentes que graban sus audios de whatsapp hablan de la droga como un ente autónomo y demoníaco que corrompe y pervierte, y se suman al discurso enlatado del narcotráfico como elemento subversivo, que bajan los mismos que hoy llevan adelante las políticas de desguace del Estado. Como en los noventa, se trata del tejido social, ese que estuvo más o menos parchado en la década anterior y que hoy vuelve a mostrar agujeros que significan precarización de las condiciones materiales, pero también de la propia existencia en términos filosóficos.

Saber eso: darle la venia a policías para que disparen por la espalda no recompone ningún tejido. Destrozar las casas de los que supuestamente mataron en un viaje de tolueno, tampoco.

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