Archivos Mensuales: agosto 2012

ALGUNOS APUNTES SOBRE LA REVISTA «MANCILLA»

De la presentación de la revista MANCILLA en Bahía Blanca

Por G.L.

Cuando me llamaron para presentar la revista, tengo que decir, no la conocía. Y como lo tenía por ahí dando vueltas, separé “Los 7 platos de arroz con leche” de Mansilla (con S) y después vi que la revista era Mancilla (con C). De todas formas, ahora a la distancia me doy cuenta de que no era equivocado separar ese libro, pensando en el lugar que ocupa la literatura, por un lado, y Mansilla (Lucio) en particular, en las páginas de la revista.

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Ahora MANCILLA: si tuviera que venderla recortaría como fundamental, aunque Patricio Guzmán en cita diga adentro de la revista que “el presente no existe”, justamente el peso del presente que atraviesa sus páginas. Y si tuviera que ahondar un poco más el concepto, seguiría el título de uno de los tomos de la revista de la Biblioteca Nacional, “el presente como Historia”: ese sería el concepto. La revista me parece es un espacio para ponerlo en cuestión, para pensarlo, a partir de esta idea de que al presente hay que reinventarlo todo el tiempo, lo cual no es poco, teniendo en cuenta el conflicto que significa pensarlo desde la coyuntura inmediata, desde esa “rabiosa contemporaneidad” (para usar una fórmula). De esta manera, cobra un lugar central la palabra “época” y la interrogación sobre la pregunta “¿Cuándo una época es una época?” o “¿cuáles son las herramientas críticas para definir esta época que empezaría con el inicio del kirchnerismo?”. Acaso “La década política”, que en realidad inicia un poco antes, a partir de un dinamismo social nuevo que en principio desbordó las estructuras tradicionales de la representación política pero que derivó en uno de los movimientos más representativos desde el punto de vista político, una década que instaura una nueva sensibilidad pública, un nuevo lenguaje colectivo del cual sin dudas Mancilla forma parte.

En un momento la revista se pregunta: “¿época y kirchnerismo son lo mismo?”, yo creo que de manera perspicaz, en el contexto de una vocación, como decía, por abordar el presente y de una presencia fuerte del kirchnerismo al menos como tema en la línea editorial. Entonces esta pregunta no me parece ingenua: “¿época y kirchnerismo son lo mismo?”.

El peso del presente:

[la presencia del 2001 (que es un tema del presente) Ricardo Foster dice: “el 2003 no puede ser pensado estrictamente sin la irradiación del 2001”/ el lock out patronal del campo (que en algún punto tampoco puede ser pensado sin esa “irradiación”) / el kirchnerismo no como gobierno (aunque también como gobierno) pero sobre todo como una atmósfera política / también como “un nudo problemático” / Carta Abierta y Plataforma 2012: las figuras a veces falsamente antitéticas del intelectual crítico y el intelectual orgánico, algo que tiene que ver también con las formas de la comunicación pública / la interrogación sobre las fronteras internas en la Argentina de hoy (y ahí viene de nuevo Mansilla con S, una presencia conceptual que sirve para leer hoy). En este sentido, María Pía López se pregunta: “¿Es posible una historia, un relato, una literatura, una política pensada desde las fronteras?” / el aniversario del encuentro Cristina Viñas (un pedacito de TVR pero con un análisis más denso, en formato papel) y de ahí el optimismo o el pesimismo como motor de la política / el trabajo intelectual y la idea de disputarle la agenda a los medios de comunicación. Pienso la revista Mancilla como la posibilidad, en efecto, de establecer en algún punto una agenda, del pensamiento académico y del pensamiento intelectual, pero que sale afuera de la universidad, que puede encontrar un lector más amplio].

Uno de los artículos, volviendo un poco a las herramientas críticas para definir la época, dice justamente “Todo es época”. Pero inmediatamente produce un salto hacia la idea de que lo importante en esta definición son “las palabras y las formas en las que se las organiza”. Esta sería la segunda gran cuestión que yo quiero destacar después de la lectura de Mancilla: por un lado entonces el peso del presente y por el otro el lugar central que se le da a la lengua. A la literatura, pero especialmente a la lengua como la posibilidad de pensar determinadas cuestiones que tienen que ver, de nuevo, con el debate público actual, pero que sin dudas también lo sobrepasan, y desde donde surge el cruce de literatura y ciencias políticas que a mí me parece muy productivo. En este sentido, Mancilla puede leerse como una caja de resonancias donde aparece el problema de la lengua y el de los lenguajes de la política, y a partir de la cual, parafraseando a la propia revista, se intenta “pensar todo lo que hay con todas las palabras”: la retórica como una estructura fundamental de la vida pública, a lo que se vuelve a una especificación de una “retórica de época” (¿un conjunto de palabras posibles configurarían el presente?, ¿podrían determinar su peso específico?). Entonces aparece de nuevo Carta Abierta, la lógica de la Asamblea y la disputa por la razón política. Las formas de nombrar lo nuevo, la necesidad de nombrarlo. El peso de esa operación (acá cabría una pregunta sobre el propio nombre de la revista, en apariencia negativo, o la relación que puede llegar a tener con la época que intenta y que en gran parte logra reflejar). Disputar, como la agenda a los medios de comunicación, dice uno de los artículos, “el monopolio de la cartografía, la medición y el nombramiento”. Quiero decir: la importancia de la lengua en este grado, en este nivel, elevado, de tensión política.

Como decía, este abanico de temas coyunturales que nombraba recién explosiona en temas generales que sin embargo sirven para seguir pensando los problemas colectivos de hoy (explosión que tiene que ver quizás con cierto carácter intensivo de la época, esa que actuó de subtítulo en el primer número de la revista y que después desapareció). Temas generales como la relación del Estado con la sociedad / el Estado con el individuo / lo privado y lo público / las formas, por caso, de construir una Nación / la puesta en cuestión del Estado como unidad territorial y cultural / la temporalidad de la movilización popular en tensión con la temporalidad del Estado / o junto a Horacio González (en tanto director de la Biblioteca Nacional) algo capaz todavía más terrible “el drama de habitar el Estado” / algunas digresiones sobre los cromosomas constitutivos del peronismo, etcétera.

Me parece que en la revista se puede rastrear un estado de cosas discursivo y que se pueden pensar estos determinados estados de discurso como una muestra altamente significativa (esta idea que proponía recién sobre la “caja de resonancias”).

Para terminar, una última cuestión:

Algunas cosas de la reseña sobre el trabajo de Beier (si tuviera que vender la revista diría que la número 2 trae un dossier sobre Bahía) algunas cosas de la reseña sobre el trabajo de Beier, decía, como en un abismo pueden servir para la propia revista:

–          Esto de agregar algo pertinente al debate social.

–          La idea de hablar sobre política desde un lugar afirmativo. A contrapelo de cierta negatividad que proclama el fin del Estado y los políticos, así en abstracto también el fin de “lo político” (que recuerda las jergas de las tecnocracias en boga durante los 90), en Mancilla hay un habla crítica pero que aborda la política desde un lugar afirmativo. “Un habla crítica”, dice Horacio González, “no supone ser sediciosa, ni facciosa, ni tangencial, ni tendenciosa; sino que conservando su pluralismo debe de exigir del lenguaje su máximo”. Al mismo tiempo en la revista esto surge como una interrogación: “¿es posible un apoyo crítico?”, se pregunta. ¿Qué tipo de intelectual sería ese, ya no orgánico, que se detiene constantemente en las tensiones? “El kirchnerismo es un problema”, dice Gisela Catanzaro en una entrevista, “es todo eso y por eso, porque yo creo que el kirchnerismo es eso, puedo decir que soy kirchnerista. O sea que el kirchnerismo, lo que tiene de interesante es que es un conglomerado de tensiones irresueltas. Es como decir: pertenezco a una imbricación problemática que tiene cabos sueltos por todos lados, impurezas por todos lados”. Y entonces en algún punto de nuevo Mansilla con S, esta idea de “escribir en el rincón opuesto de la pureza”. “Hay territorios”, dice María Pía López, “que son explícitamente impuros –los demás, ocultan su impureza bajo la alfombra. Los primeros son los de la frontera. Requieren o permiten un pensar singular. Una epistemología. Y un tipo de escritura”. Esta idea, me parece, no se pierde de vista nunca en el horizonte de Mancilla, más allá de calificarla, después, como más o menos kirchnerista. Sebastián Scolnik, por su parte dice en el número 11 de La Biblioteca, y lo cito a riesgo de ser digresivo, o de abusar del collage: “¿Es la tantas veces enunciada ‘distancia crítica’ una condición necesaria para la reflexión política, o, por el contrario la incorporación a los procesos políticos permite un conocimiento más minucioso de lo real, verdadera condición para la reflexión crítica?”. Entonces en Mancilla no la crítica de la cultura (política) como un refugio en un tiempo crepuscular, para nada eso. Sino la crítica en un sentido afirmativo.

Para cerrar con Horacio González, me parece que a la revista le cabe la idea de “lectura ontológica”, en el sentido de una lectura que a partir de una traficación de textos, donde se juegan distintos aspectos de lo social, lo político, lo estético, resulta un hecho social por lo que arrastra y enuncia, esta idea sedimentaria que tiene que ver con el inicio de “La década política”, con la articulación de una serie de discursos que se vienen arrastrando y con la posibilidad de enunciar nuevos postulados.

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