FRAGMENTOS DE UN INTERCAMBIO EPISTOLAR

Por Ismael Blanco

Mi librito falopa encontró un lector nuevo (el anterior había sido Rosa O´Henry, quien sintetizó: “es una no novela no gustable”). La serie se cierra con Vera Miloideo, única lectora mujer, encargada de la ilustración de tapa. 

Este lector nuevo, Nicolás G. Swaels, me hizo una devolución cuyos fragmentos podrían funcionar como una reseña crítica o como contratapa. Transcribo algunos fragmentos a propósito de “No puedo escribir poemas” (el primero de los tres textos que contiene La vida mental) y cierto intercambio que se fue abriendo y que recupera, también, ciertas apreciaciones sobre la literatura del propio Nicolás. Dice sobre “No puedo escribir poemas”:

“Es una especie de ejercicio de un lector muy manija de Saer, pero que llega a este por Kafka. La palabra que se me viene a la mente para hablar del comienzo es fenomenología. Narrar la percepción”.

Sigue:

“La mudez habla como puede. De a poco el hilo de los significados parece ir formando una trama, un recorrido lógico (como el del colectivo: esperable), en este caso, bajo la tutela de la polifonía, y ahí es cuando de repente el sujeto de la experiencia se volvió un idiota. Eso se dice así: se dice un colapso. El testigo pasa de una posición más externa, más parecida a un receptor de estímulos, a la de un sujeto que padece: el neurótico que fantasea culposamente con ser el idiota, el encorvado”.

(…)

“Y después, una nueva transición hacia el mejoramiento: el viaje en el sueño tiene el semblante de un devenir en el que todo cambia de nombre. Pero es una fantasía, en esencia, neurótica o edipizante, dirían los Antiedipos. La del deseo del nombre propio, del cual se busca huir como sea. ¡Hay que salir! A donde sea, moverse. Es la misma fórmula de ‘Kafka. Por una literatura menor’: los personajes de K. no buscan la liberación, buscan una salida. Eso implica no ir a ningún lugar en particular, perderse más bien”.

(…)

“¿Desde qué lugar simbólico habla este sujeto, que es varios sujetos a la vez y varios deseos en uno? Esa idea (hecha procedimiento) me pareció extraordinaria. Es hipnótica –sin mediar hipérbole– la escena de las vías con esa sintaxis cortada como la respiración del poxi. La televisión idiotiza, y la droga. Ambos signos, en verdad, podrían ser conmutados uno por otro, como dice el sentido común, pero este texto nada tiene que ver con eso”.

La idea de ser “varios sujetos a la vez y varios deseos en uno” me interesó especialmente. De hecho, como le dije en el intercambio epistolar, vuelve a pasar en el segundo texto (“Papeles sobre la pobreza”) y es la base de algo que estoy escribiendo ahora (“Apología del pensamiento impuro”), y que está bastante influenciado por sus cuentos. La idea es tratar de ser varios a la vez: pensar con la cabeza de otra gente hasta quedar por momentos virtualmente disuelto.

Sobre sus cuentos, cuando los leí, le mandé un mensaje por Messenger:

“No marqué nada porque los leí en el celular, pero cabría haber marcado. El primero (sobre un pobre viejo en pandemia) ya se destaca por el trabajo con la lengua, una especie de Lamborghini pero Chernóbil. El segundo profundiza, es hermético y barroso, quizá más que los otros. Es Literatura como la de antes, con mayúscula. Barroso de Perlongher pero también de cangrejal. Del tercero me llamó la atención el conocimiento técnico del paisaje industrial portuario, que entra en serie con cierta literatura de acá siendo radicalmente otra cosa. La imagen del encamado al comienzo de ‘En humedal…’ es preciosa. No tiene desperdicio. Quizá algún día intente escribir literatura, así, en tercera y con atención formal. El libro es bueno, un jurado de concurso literario debería reconocerlo en algún sentido. Yo siempre termino en una especie de ‘autoficción’ (con perdón de la palabra), lo tuyo es otra cosa: un artificio; o sea, sos un artista. Es bastante impresionante el laburo que hacés con la frase todo el tiempo, una al lado de la otra, sin descanso, que incluso resulta agotador. Las líneas argumentales están, pero a veces se diluyen y no es problema porque lo que no desaparece son los ambientes, pesados, que son, al final de todo, el sentido del texto”.

Retomo dos cosas muy brevemente. 1) Lo de los premios, que parece una frivolidad. En realidad tiene que ver con pensar un circuito donde este tipo de textos está ausente porque resulta anacrónico, por lo pesado, desde donde construye su gran potencia crítica. El libro En humedal de sordos (así se llama) desde la primera oración afirma ser honesto en el sentido en que Leónidas (el otro Lambo) pensó su labor poética, cuando decía que “significa una condena”. “Hay en todo escritor un tipo que se inmola –sigue más adelante–, por todo lo que dejaste en el transcurso. Uno también es culpable, porque si me ponen estos papeles acá y me ponen a los que me quieren allá, me quedo con los papeles”. Me refiero a que hay un proyecto en la poética de Lamborghini pero también en la de Nicolás, y no exagero en la comparación porque en ambos casos se trata de un proyecto serio que busca indagar las posibilidades del lenguaje, incluso muchas veces cuando esto signifique dilapidar otras esferas de la existencia. Y eso, hoy por hoy, no resulta premiable, ni seleccionable, ni nada. Escribir literatura, como se desprende de la frase de Leónidas, si la vas a escribir en serio, es asumir la responsabilidad de quedarte solo.

Sobre el trabajo al nivel de la frase, me respondió Nicolás:

“La unidad es la frase. Qué bueno que te hayas detenido en eso, porque como flaubertianos –te incluyo– o modernistas ‘que retroceden’ no hay más allá. Es la imposibilidad, en verdad, de asumir que existe una unidad mayor de sentido lo que fuerza la retirada a la frase”.

Y 2) Que Nicolás construye un lector casi imposible. A sus cuentos les cabe también lo que decía perspicazmente O´Henry: son, en conjunto, “una no novela no gustable”. Y transitar esa zona literaria es una decisión política que se vincula con aquello de un proyecto honesto, bueno o malo, pero más allá de cualquier especulación: escribir en pleno siglo XXI, con lo que esto implica, para quizá ni siquiera ser leído. 

Pero vuelvo a lo que le decía en el intercambio epistolar, sobre la disolución del sujeto que narra. Le señalé eso y le agradecí el tiempo que se tomó para escribirme un mail. Me dijo:

“Yo me veo en la obligación de tomar en serio los textos que leo, de cualquier tipo. Pensá que estudio permanentemente novelas de bajísima calidad estética porque la crítica literaria para mí es como un sacerdocio y mi obligación es conocer lo que se escribe y hacerlo legible además por cierto frenesí iluminista que a uno lo domina. Entonces, como te decía, tu nouvelle (porque no es un cuento, eso lo tengo claro), que podría expandirse sin duda y tomar un formato novela, es interesante en varios aspectos. En lo concerniente a la antropología implícita que guía la acción, o la dilapida más bien, me parece correcta, adecuada, lícita la opción por la despersonalización; la comparto así como una ética y espero siempre cuando leo algo que los humanoides afloren, que los discapacitados simbólicos, ya sean opas u okupas de personalidad múltiple, se posesionen de las manifestaciones de lo real, es decir, todo lo que irritaba a Lukács y creo que hay que imitar por razones hoy históricas justamente! Lo pide la historia, o las metanarrativas que nos ofrece esta como consuelo poquísimo, para hacerla cagar. Creo en la confusión organizada. Milito esta fe en prosa. Por eso me comprometí enseguida cuando vi para dónde rumbeaba el encorvado ese. En cambio, abogo por la racionalidad en la poesía. Es raro. No tengo una justificación clara, pero así lo entiendo. Como juegos definidos con reglas antitéticas”.

Para cerrar, me interesa pensar que compartimos una política estética a la vez que no coincidimos en una política partidaria, lo que hace al ejercicio literario de una complejidad muy bella. Alguien con determinada malicia podría decir: “hay idiotas en las dos orillas del Río Bravo”. Mi respuesta a esa intervención sería: “exacto”. Porque el encuentro de dos idiotas, el reconocimiento mutuo de la idiotez compartida, como bien lo sabía Flaubert (síntesis de esos dos hombrecitos llamados Bouvard y Pécuchet) produce un verdadero regocijo. En cuanto a la idiotez, intentamos llegar a su centro etimológico, acertada o fallidamente, lo que implica el intento de producir una singularidad. Esa política estética, como decía arriba, está definida por el trabajo con la materialidad de la frase, contra ideas dominantes en la poesía actual; las que profesan –por ejemplo– poetisas de tuiter para quienes el poema no debe ser trabajado sino abandonado a las derivas de la información que circula de un lado a otro, de modo que se vuelva prácticamente indistinguible de eso que circula.

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