DE LAS COSAS DE LA NATURALEZA (IV)

Gaspar nunca había tenido una escena de escritura que se presentara como inaugural. No había visto a su papá quemar una biblioteca en el fondo de la casa, porque durante los setenta ni siquiera había nacido. La primera figuración de un escritor real había sido Kozac, un profesor de la secundaria que dictaba un espacio heterodoxo llamado “Medios masivos como formadores de opinión”. A mitad de año, ante la deserción del profesor anterior, Kozac había aparecido en el aula y se había presentado como poeta. Hasta ese día Gaspar no había pensado que existiera la posibilidad de ser semejante cosa. Es decir, de que uno pudiera plantarse frente a la realidad como un poeta. Kozac era autodidacta y ya había publicado en revistas nacionales como Humor y 18 Whiskys. Vivía en una casa antigua en planta alta con un altillo y una terraza que Gaspar iba a terminar visitando, como la mayoría de sus compañeros, porque en el marco de la materia iban a darle forma a una revista y porque en una segunda instancia ahí iban a hacer las fiestas de fin de año. Kozac los recibía sentado en el piso alrededor de una mesa ratona y les convidaba ginebra hecha por él mismo. Fumaba cigarrillos negros, por lo que todo quedaba impregnado con el olor fuerte del tabaco, inclusive su arte poética. Y a su vez su manera de entender la poesía, que destilaba el olor del cigarrillo, se impregnaba en los mismos objetos que habían sido ganados por el humo de los Particulares. A la distancia, Gaspar hubiera pensado la poesía de Kozac como objetivista. Había un conjunto de derivaciones corporales que se volvían materia poética y una serie de textos que se recortaban como un cuerpo con órganos. Ese era Kozac. Una vez, cuando ya vivía en el Abasto, iba caminando por Jean Jaures y un tipo le quiso vender una cámara de fotos digital. Kozac la agarró con una mano, sintió el peso de una maquinaria interna y aceptó la oferta. El tipo agarró de nuevo la cámara y a los ojos de Kozac, con la lentitud de un ilusionista, la metió en su caja. El día siguió con las ramificaciones lógicas del movimiento constante de Balvanera: comió con el gordo O´henry en un restaurante peruano, hablaron de literatura erótica, fue a una librería, a una feria americana, pasó por la oficina de los judíos para los que estaba trabajando y volvió a su departamento. Ya ahí, con una botella de vino abierta sobre la barra sacó del bolso la caja que le había comprado al tipo y sonrió cuando vio que adentro había un jabón blanco tallado a mano con la forma de una cámara de fotos. En el año 2004, cuando Gaspar lo fuera a visitar iba a ver esa escultura sobre una repisa irradiando su aura de objeto único. Ese también era Kozac. En el año 2007, cuando Gaspar y Rodrigo lo volvieran a visitar, los iba a recibir con unas rayitas de cocaína de muy buena calidad e iba a terminar siendo metido en un taxi en doble fila sobre la marea de tránsito de la avenida Corrientes, de nuevo para ir a una reunión con los judíos. Ese también era Kozac: la primera figuración real de un escritor que Gaspar tuvo en su vida. 

Gaspar no quería publicar. Sabía del inmenso movimiento literario que había en su ciudad, pero no le interesaba pertenecer. Leía las convocatorias de la EAPP (la Escuela Argentina de Producción Poética). Conocía a Raimondi, el argentinischer dichter. Entre sus pocos libros tenía una edición de Vox, e inclusive en una oportunidad había ido al espacio de la calle Zeballos. Durante el primer Filba había ido a escuchar algunas mesas. También había ido a algún recital del Festival Latinoamericano, pero se había quedado en el patio tomando cerveza porque el género de la lectura en vivo directamente lo aplastaba. Aunque no había ido nunca, sabía que existía una Feria de Editoriales Autogestionadas. De pasada solía mirar los poemas impresos en gran tamaño, pegados en paredes y vidrieras, a veces en montaje con la palabra “poecía”, grafiteada en muchas zonas de la ciudad. Sabía de este pulso vital pero no quería entrar a ningún circuito. Lo que le interesaba era contorsionar procedimientos narrativos de manera de poder contar la nada. No una hoja en blanco pegada en las paredes de un museo moderno como interrogación a los materiales en tanto medios, sino la nada de Flaubert. Porque si desde hacía poco había una corriente que afirmaba que los escritores del futuro iban a ser los que escribieran programas informáticos con lenguaje de código, para Gaspar, contrariamente, iban a ser aquellos que recuperaran el ethos literario del siglo XIX. Le interesaba Flaubert. Se lo imaginaba juntando las manos largas y elegantes, imitando la forma de una pirámide como ejemplo de una construcción eficaz. Pero sobre todo le fascinaba la idea de romper con esa construcción piramidal (ese ir en dirección hacia algún lado) que estaba incluida en el propio axioma flaubertiano de contar la nada. Desde hacía meses pensaba en escribir un texto sin objeto en el que pudiera desdibujarse a sí mismo. Había hecho un cartel y lo había pegado en su biblioteca, con el trazo grueso de un fibrón negro donde se leía: “Saber escribir lo mediocre”. Este postulado era una posibilidad de dotar de sentido al mosaico de colores neutrales que era su vida. Lo que tenía para contar era su mundo cotidiano: los días junto a su familia en una ciudad del interior de la provincia y los paseos dominicales a la Plaza del Sol. No quería publicar. No había que dilapidar esfuerzos. Lo mismo que el resto de las cosas en las que de una u otra manera se veía implicado, la escritura se trataba de una cuestión de economía. 

La economía, a la inversa, para Gaspar se trataba de una cuestión de narrativa. Durante los noventa, antes de convertirse en escritor, Ezequiel Alemian había sido periodista financiero. En aquella época leía los informes de los bancos de inversión y cada vez que lanzaban un activo nuevo hacía lo propio con los prospectos de emisión, porque estaba obsesionado con entender las formas de constitución del valor de verdad y cómo esas formas del verosímil se relacionaban con la dimensión de lo real. En sus propios términos, “era algo alucinante, demencial”. El mundo financiero se detenía para escuchar lo que decía Alan Greenspan, titular de lo que sería el Banco Central de Estados Unidos. Según Alemian, “Greenspan era como un brujo minimalista que decía siempre más o menos lo mismo, la misma docena de palabras en cada informe, pero siempre cambiaba una coma o una palabra. Desde días antes los analistas debatían sobre lo que diría, y una vez que lo decía debatían durante semanas ese cambio, porque de su interpretación dependía el escenario de las variables financieras en todo el mundo. Lo de Greenspan era como un susurro: los mercados se detenían a oír ese susurro, a interpretarlo”. Sobre los pilares volátiles de este paradigma se erigía el sistema que había formado a Gaspar, que había crecido durante la paridad cambiaria del 1 a 1. Ahora había puesto C5N: un periodista vestido enteramente de gris explicaba las curvas de un gráfico que ilustraba la toma de deuda desde 1976 hasta la actualidad. Se levantó y fue a servirse otro vaso de vino. Tomó un trago y se quedó mirando por la ventana: fragmentos del césped verde iluminados por una luz blanca se recortaban de una masa oscura. Todo parecía estático pero podía intuirse una especie de fragilidad en las cosas. Las horas de televisión y el vino estaban produciendo su efecto conjuntamente. Gaspar volvió al sillón y vio que el periodista señalaba los índices de inflación interanuales. Pensó en el trabajo, en el mundo del trabajo, en sí mismo como un trabajador asalariado. (Sigue acá – Parte 5)

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Un pensamiento en “DE LAS COSAS DE LA NATURALEZA (IV)

  1. […] A la vuelta pasaba por la iglesia de calle Güemes y, aunque no practicara la religión, a veces entraba y se sentaba en un silencio que consideraba más espeso que el del propio recorrido. Ese orden frío y oscuro de lo sagrado, la manera en que el ambiente podía ser modificado desde una clave material, le llamaba la atención y lo valoraba plenamente como una virtud. Después, unas cuadras más abajo camino a la Plaza Moreno pasaba por lo de Benjamín y desde hacía un año se limitaba a levantar la cabeza para mirar el balcón. Había dejado de tocar el timbre porque Benjamín se estaba juntando con quien en otro tiempo había sido un amigo en común pero que ahora había roto el vínculo con Gaspar. Gaspar todavía no se daba cuenta de que su casi nula vida social no respondía solamente a un movimiento de retracción natural, a un ensimismamiento propio de su naturaleza, sino también a una dimensión política. Había un cuarto nivel de la política que nunca se había puesto a pensar y que tenía que ver con las relaciones cotidianas. La mayoría de sus vínculos, algunos incluso por momentos muy estrechos, se habían ido diluyendo por distintas diferencias: amigos se habían alejado paulatinamente, conocidos ya no lo saludaban en la calle o la biblioteca, gente con la que había compartido trabajos habían dejado de ser una posibilidad laboral. Incluso los encuentros con los amigos que todavía le quedaban eran espaciosos, y después de cada salida él mismo sentía que tenía que pasar un tiempo considerable hasta que volvieran a verse, porque llegaba a su casa con la sensación de haberse sobreexpuesto, de haber hablado demasiado. Si quería conservar estos vínculos residuales (y quería hacerlo) lo mejor era que las salidas se produjeran a intervalos espaciados. En definitiva, la cuestión es que de la Plaza del Sol volvía directo para su auto, por lo general estacionado en la Plaza Moreno, y de ahí manejando hasta su casa. A esa hora la gente estaba sentada en reposeras en el Parque de Mayo. Volvía por el centro vacío y atravesaba el macrocentro percibiendo cómo la ciudad se deshacía en casas más bajas hasta la periferia donde se volvían discontinuas. Y desde hacía poco estos momentos vacuos, sin duda intrascendentes, en los que Gaspar se sentaba y dejaba pasar las horas sin grandes sobresaltos, y que componían ni más ni menos que su cotidianeidad (una masa repetida de lo mismo), se habían empezado a recortar como algo más que un sencillo devenir. A partir de una inquietud desplegada en una serie de lecturas críticas, estos momentos intrascendentes habían pasado a formar parte de un proyecto de escritura. (Sigue acá – Parte 4) […]

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