Archivos Mensuales: abril 2013

HISTORIA DE UN HERMANITO CHIQUITO

sol negroEntiendo que Chiclana al 500 es un lugar hostil. Esta mañana venía caminando por ahí con la sensación de ir contra los autos y la gente. En la otra esquina, después de una bocacalle, vi que venía un pibe, capaz de unos treinta años, con una camisa abotonada hasta arriba, en mangas cortas, completamente desorbitado. Lo vi desde la otra vereda modular con énfasis, mientras nuestro semáforo estaba en rojo, mover las manos y hablar a los gritos con nadie. Cuando el semáforo nos dio el cruce avanzamos los dos entre la gente, él se paró a mitad de calle, se plantó enfrente de los autos y les hizo una seña violenta. Se pegó una mano contra la otra, una piña, mientras explicaba no sé qué, seguramente algo, a los gritos. Cuando pasé por al lado me di cuenta de que era Silvio. Lo vi avejentado, más allá del pico de enrosque que estaba teniendo, porque debe haber cumplido recién los veinte años. Más flaco, con las facciones de la cara marcadas. Caminé unos pasos y me di vuelta, también todavía en la bocacalle. Quedamos los dos enfrente de los autos, yo como un curioso cualquiera, un pelotudo que frena a ver qué le pasa a un pobre tipo. Pero lo que estaba haciendo era ver si se trataba de Silvio. Silvio fue un alumno que tuve cuando daba clases en una escuela rodeada de barro, un alumno «integrado». «Integrado» es alguien con problemas de aprendizaje que queda en un medio entre una escuela especial y una «normal». Entonces lo ponen con chicos sin problemas para que se integre y le dicen al profesor que es un alumno «integrado» para que tenga en cuenta una serie de ejercicios diferenciados. Pero Silvio tenía más que problemas de aprendizaje y eso estaba a la vista. Era huérfano, hiperquinético, vivía en un hogar, no podía quedarse sentado, caminaba por todo el aula, olía a nicotina a los 14 años, estaba invadido por tics nerviosos y daba cariño a todos. Te abrazaba. Yo llegaba a dar clases a las 7.20 de la mañana, muchas veces todavía de noche, casi dormido y él ya estaba pasado de rosca, en principio aparentemente feliz. Si me hubiera reconocido en la calle, estoy seguro, incluso en ese pico de aceleración que estaba sufriendo, me hubiera abrazado. Valoraba lo que hacías por él. Te escuchaba e intentaba mejorar, aunque no siempre podía. Caía ocasionalmente en las redes de la indisciplina institucional: se escapaba, de la escuela y del hogar, y después volvía. Esta mañana Silvio se fue como un gato que rebota por voluntad propia adentro de una caja, desesperado, por Chiclana en dirección ascendente. No pude cruzar palabra con él. El día que llegó a mi curso, a mitad de año, estábamos armando una revista. La idea le gustó: que íbamos a hacer una revista. Entonces le dije que escribiera algo. Vuelto sobre su hoja saltaba en la silla, se acomodaba, como si la escritura fuera, más allá de sus tics, antes que nada un efecto físico. Me fue entregando borradores, de unos párrafos cortos que contaban la historia de un chiquito, los fuimos corrigiendo y llegamos antes del “día de cierre” a la versión final. Esta mañana, cuando volví de Chiclana fui a mi rígido y ahí estaban. Cuatro párrafos que cuentan la historia de un chiquito:

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