Archivos Mensuales: agosto 2010

Estamos llamados a crear o a caer en la repetición

EL REPORTE DE LA CONFERENCIA «HONRAR LA VIDA» QUE HUGO MUJICA ESTÁ DANDO A LO LARGO DEL PAÍS POR M.Q. (DESDE BAHÍA BLANCA, PARA LIYO):

Hugo Mujica

Hugo Mujica

Ese sujeto que se parece a Mauro Fernández se sentó y con vos parejita empezó a leer sus hojitas aclarando que eran unas cuantas pero con no tantas anotaciones compartiendo su costumbre de atender ante una conferencia el volumen de los escritos del orador.
Eran palabras al final y fueron una tras otra saliendo y organizando todo. Desde Camus, Sísifo, pasando por Dante y su desorientación en la selva, hasta llegar a la experiencia creativa pasando por la vida, el suicidio, el vacío, el nacimiento y el humanismo del existencialismo para encontrar en el acto singular, en el aquí y ahora de lo cotidiano una contraposición al plano absoluto de la vida para encontrar en esta existencia “arrojada” el sentido creativo que responde al llamado de ese vacío al que hace referencia. La vida como la posibilidad de lo singular dentro de lo universal preguntándose si es posible vivir nuestra vida o la sombra de otras o de vivir o ser vividos.
Haciendo referencia a Dante perdido en la selva reflexionó sobre la conciencia de la tarea de vivir aunque sólo sea para marchar. Y “en algún momento la vida se mira a sí misma… aunque sea una vez” entonces elegimos darle la espalda a ese llamado, vocación, o no. Pero hay un antes y un después, se traiciona o respeta. Esa vocación, vocal, llamar, proviene de lo más profundo de la vida y estamos llamados a crear o a caer en la repetición.
En esta “soledad de nosotros en nosotros mismos” podemos reflejarnos en todo sin entregarnos a nada o realizar lo que en ella hay de propio. Porque este señor pelado se tomó el trabajo de responder brevemente a una pregunta y reflexionar sobre esa idea que reconoce occidental de la última hora de creer que para encontrarse a uno mismo basta con mirarse por dentro como si dentro de uno mismo hubiese un sujeto que sostiene al sujeto, u otra cosa como el inconsciente que responde a lo mismo, cuando en realidad si uno mira no hay nada sino ese vacío que llama, que es “chispa” primigenia. Es el llamado a crear. La vida, la experiencia creativa en el aquí y ahora. Ese nacer, creación que no se da de una vez y para siempre sino que es un nacer continuo que se elije a cada momento. Ese escapar al conflicto de elegir, a ese “polemos”, es bastante moderno y esta relacionado con esta cultura del capital. De poder acumular y asegurar, lo que se opone a arriesgar y buscar, a recorrer y crear. Para esa seguridad es siempre conveniente aprender a acumular, erudición antes que saber. El saber proviene de sapere dijo. Sapere es sabor, es gusto.
La erudición es “sobre” el saber es “desde”. Los pensadores de antaño hoy dirían cosas que no dijeron y cuando desde el saber se los degustó uno puede hablar y llegado el caso acercarse a lo que hoy dirían. No es lo mismo que repetir lo que dijeron. Repetir se repite un mismo mundo. Para un nuevo mundo que es llamado a crearse, porque “el mundo no se hizo de una vez, está aconteciendo” es importante el gusto.
“Los momentos creativos son los arrojados”.
Ese señor encuentra lo sagrado en la gratuidad de la existencia, por eso no hay nada que no sea sagrado. En el acto creativo se sacraliza nuevamente.
Ese arrojo, ese vacío, eso que desde nuestra cultura se puede llegar a ver como desamparo, esa falta de sujeto interno que nos sujeta y al cual podemos recurrir para buscar respuestas, este señor lo encuentra sagrado. Es una fuente de preguntas, entonces de chispa, de vida, de creación. Dios es el creador. Dios es el que crea.

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El ojo trasandino (que nos mira)

Hace un tiempo encontré un texto, en algún sitio de internet que ya no me acuerdo, del escritor chileno Roberto Bolaño que trata sobre el canon de la literatura argentina, y lo guardé en mi disco rígido. Ahora, releyendo unas cosas viejas, lo volví a encontrar y decidí postearlo, justo hoy,  en vez de ponerme a escribir la necrológica que merecería Fogwill. Un gesto extraño,  capaz un manotazo de ahogado, sobre todo porque en el texto de Bolaño Fogwill ni siquiera figura. Están Hernández, Güiraldes, Mallea, Marechal, Borges, Mujica Láinez, Arlt, Sábato, Cortázar, Bioy, Gombrowicz, Piglia, Aira, incluso Soriano y hasta el marginal Osvaldo Lamborghini. Pero Fogwill no figura.  Una oración del propio texto de Bolaño podría actuar como una puesta en abismo, o un epígrafe a la muerte de este Fogwill que no se nombra: «La literatura es una máquina acorazada. No se preocupa de los escritores. A veces ni siquiera se da cuenta de que éstos están vivos.» De todas formas hay que admitir, ante la imposibilidad de escribir el obituario que tendría que escribirse hoy, que esto es lo que es: no un homenaje heterodoxo a la figura de Fogwill, el día de su muerte, con un texto que reflexiona sobre el canon de la literatura argentina al tiempo que lo esquiva como figura central, sino una mirada chilena altamente influenciada por Borges, de lo que vendría a ser la literatura argentina. Dice así:

«Es curioso que fueran unos escritores burgueses los que elevaran el Martín Fierro, de Hernández, al centro del canon de la literatura argentina. Este punto, por supuesto, es materia discutible, pero lo cierto es que el gaucho Martín Fierro, paradigma del desposeído, del valiente (pero también del matón), se alza en el centro de un canon, el canon de la literatura argentina, cada vez más enloquecido. Como poema, el Martín Fierro no es una maravilla. Como novela, en cambio, está viva, llena de significados a explorar, es decir, conserva su atmósfera de viento o más bien ventolera, sus olores a intemperie, su buena disposición para los golpes del azar. Sin embargo, es una novela de la libertad y de la mugre, no una novela sobre la educación y los buenos modales. Es una novela sobre el valor, no una novela sobre la inteligencia, mucho menos sobre la moral.

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SOBRE OBJETOS DE CONSUMO

Por L.V.

Hoy mientras estaba sentado en una oficina burocrática del Estado, haciendo tiempo para el comienzo de un acto público, pensé en diferentes cosas. El lugar estaba iluminado y había algunas personas sentadas en pupitres esperando actos o sencillamente habiéndolos pasado. Afuera hacía frío y estaba gris. El contraste entre los dos tipos de iluminación (la blanca del interior de esa oficina estatal y la gris natural del ambiente externo) produjo en mí cierta depresión suave. Y entonces pensé cosas. Pensé en los objetos de consumo, sentí en mi cuerpo el efecto de miles de objetos consumidos a lo largo de los años. Pensé en los comestibles, bebibles, los que se meten en el organismo para diversos fines. Después pensé en los que no habían dejado ninguna marca pero que habían pasado al fin de cuentas: vestimenta, desodorantes, perfumes, lo que fuere, algún tipo de automóvil. Y entonces me acordé de un comienzo de texto, inédito, que una vez me pasó Kosac mientras chateábamos y que tengo en algún lugar de mi disco rígido. Es el comienzo de una novela (novela nueva) que tiene un párrafo inicial y deriva rápidamente en un largo diálogo virtual que va subiendo de tono, literatura erótica pero con algo más de fuerza que lo que encierra esa palabra comúnmente. Es decir: algo que va más allá del erotismo, o no (en realidad de ésto no estoy seguro, no sé mucho de erotismo, me acordaba solamente del primer párrafo ese inicial, que en principio no presenta nada erótico). Me acordaba de ese párrafo, básicamente, por una oración concreta, que a fuerza de efectividad literaria, Kosac hizo en su momento que se me quedara grabada, y que tiene que ver con todo ese pensamiento gratuito de los objetos de consumo: “en esos años comió bastante y compró objetos”. Eso dice la frase, y su recuerdo preciso hizo que volviera a mi rígido, después de verdaderamente mucho tiempo y releyera todo el comienzo de ese párrafo: “Así empieza la novela:” (esto lo dice el propio párrafo, “así empieza la novela” dice el párrafo y sigue “en un cotorro terso como sábanas de algodón hay una pila de libros, pero no en los estantes de la biblioteca sino en el piso. El pibe está hace cuatro horas ahí y no hace nada visible. Nomás tirado en un rincón mirando la pila o cerca. Ya hizo cosas visibles antes: gente hubo alrededor que se movía y él también se movía, en esos años comió bastante y compró objetos.”

Separé los objetos en dos grandes grupos: los que dejan marcas en el cuerpo y los que no. Pensé en cadenitas de plata colgando, relojes que fueron cambiando, incluso en la presencia o no de reloj en la muñeca como signo visible. Ahí había algo, en la visibilidad del signo. El clonazepam es un objeto visible, y deja marcas en el cuerpo, además de en un encefalograma. La ropa es visible pero el guardarropa es cambiante. La comida también modifica el cuerpo. Distintos tipos de dieta hacen de nosotros diferentes personas. La vajilla es un objeto, los platos y los vasos, los más grandes y los más chicos. Todo lo que uno pudo haber ido acumulando, los vasos largos para tragos sacados de boliches. Lámparas y focos, distintos tipos de luces. Las mesas y las sillas, todo lo que fuera mobiliario. Los televisores. Los estantes llenos de libros. Y entonces el texto de Kosac como un objeto de consumo, recuperado para ser consumido nuevamente. No un libro, sino el texto ese que se divide en un párrafo compacto y en un diálogo más vertical, con presencia de mayúsculas fuertes que dicen cosas obscenas. Y así fui llegando más lejos. Manchas rosas en la piel por una alergia nerviosa. Las ojeras violetas por un mal sueño. La garganta roja. El estómago cerrado. Los dedos y los dientes amarillos por la nicotina. Los ojos hinchados por una conjunción de cosas. Ya no los objetos de consumo que dejan marcas en el cuerpo, sino ahora el cuerpo como el mayor objeto de consumo.

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