Por G.E. (especial para LIYO)
Daniel mostrando los dientes brillantes, en contraste con el color de su piel, en una cena compartida con Nacha Guevara, que hace años no toma alcohol. ¿Se servirá con el único brazo que tiene capacidad motriz, malbec en la copa? Una imagen de la farándula, como circula en Facebook, inmortalizado en la tapa de la revista GENTE de 1989, anunciando su casamiento. Así, lo que representa en el imaginario. No es natural. Por supuesto, es el resultado de su propio discurso, como la campaña de verano con David Hasselhoff y los culos, pero también es el resultado de años de ver a la presidenta, nuestra conductora, construir un sentimiento de desconfianza en torno a su figura, de dirigirle amenazas o hacerle “llamados de atención”, en plena cadena nacional. No podemos sentir orgullo de que sea nuestro candidato y el próximo presidente, pero la política no es siempre una cuestión de sentimientos.
Hace doce años, Scioli se comprometió a formar parte y participar como funcionario del Proyecto Nacional de Néstor Kirchner y se mantuvo firme, a pesar incluso de las cagadas a pedo. La lealtad es una decisión política, moral y personal.
El progresismo, donde hay lealtad y trayectoria política, ve ambición de poder y dictadura. Con la misma vara midieron a Bergoglio y lo pronosticaron como un neoinquisidor. No es que Scioli sea el Papa. Se entiende. Algo está claro, no conviene etiquetar a los candidatos por su trayectoria política, porque esa trayectoria es histórica. Kirchner el gobernador durante la presidencia de Menem y el revolucionario poscrucifixión 2001; Bergoglio el obispo durante la dictadura de Videla y Papa Francisco, tapa de la Rolling Stone 2014 y Scioli un boat boy con aspiraciones políticas durante los 90, que fue secretario de deportes y turismo durante el año de la estabilidad duhaldista y que formó parte de los tres mandatos kirchneristas, llegando a ser vicepresidente y gobernador de Buenos Aires se abraza con Raul Castro en plena emergencia de “la nueva Cuba.”